domingo, 16 de mayo de 2010

Cerapio Vallejo ha hecho de la confección de textiles una continuación de su tradición ayacuchana. Exporta por Internet

Quizá Cerapio Vallejo nunca partió de cero. Desde antes de nacer, había en su familia ayacuchana una tradición de tejedores de ponchos y mantas. En su caso la herencia del hogar fue un don. Este Vallejo no teje poemas aunque, como si se tratara de un verso, muchos podrían terminar encandilados con sus alfombras y tapices.

A los 14 años ya tenía definido que ese sería el trabajo de su vida. Buscaba que sus diseños den un giro a las culturas preíncas, en especial la Wari. En 1984 llegó a Lima. Como tantos migrantes, pobló un terreno invadido en el kilometro 17 de la Panamericana Sur. "Los primeros clientes compraban, pero ponían sus precios y no valoraban nuestra mano de obra. Pese a la espera, la zona que escogió para vivir y montar su taller aún no tiene desagüe. Pero llegó el teléfono y llegó el Internet.

Así conoció Novica, portal web que pone en los ojos del mundo una variedad de piezas hechas a mano. Su primera venta hace cinco años fue de US$ 2.000 y al contado.

Firmó un contrato, pero no sabía qué era esto del comercio electrónico. El artesano pone el precio. La empresa exhibe una foto del producto y a esperar que alguien se decida a comprar.

Hoy cada mes las ventas de Cerapio Vallejo al extranjero superan los US$ 3.000. Algunos de sus trabajos superan los US$ 400. Su secreto: puntualidad con los pedidos y capacidad de renovar sus productos para que nunca falten en vitrina. El 60% de su producción va a Novica. Pero de setiembre hasta fin de año se tiene la temporada exclusiva, en la cual la totalidad de las transacciones se hace por Internet. El resto va para el mercado local y otros exportadores.

En el 2002 fue el artesano de Novica más vendedor en el mundo. Apareció en un documental de Nacional Geographic y en publicaciones extranjeras que conserva en una carpeta de recortes. La gente ha comenzado a buscarlo a través de Internet. Uno de sus actuales clientes -que vende sus tapices en Japón- lo contactó de esa manera. Hasta que no tocó las puertas de su casa, Cerapio ni se había dado cuenta de que las llamadas venían de Tokio y no de un distrito limeño, como se imaginaba.

Cuando navega por Internet, Cerapio busca los testimonios que sus clientes extranjeros escriben en la página web de Novica. Son agradecimientos y elogios en inglés. Los imprime. Eso es los que más le gusta. "I have the privilege to own four of Cerapio Vallejo`s rugs" (Tengo el privilegio de poseer cuatro alfombras de Cerapio Vallejo). Su hija de 18 años es su traductora oficial.
Vallejo asegura que por su cuenta nunca hubiera podido exportar debido a los grandes costos que ello demanda. En su taller trabajan diez personas, quienes juntos con él se encuentran atrapados y satisfechos en la red.

A sus 43 años, Cerapio Vallejos espera mucho del futuro. Tiene proyectado que su taller se convierta en un centro de exhibición de sus trabajaos. No ha pensado en una tienda en Miraflores o San Isidro.

¿Para qué? Quiere que los visitantes sean testigos del proceso, que vean cómo los tintes se mezclan en ollas de cocina o cómo lo talares son tan grandes que allí se puede fabricar un tapiz de 5 por 7 metros para una iglesia en Brasil o alfombras para la casa de un ministro. La tradición sigue su curso. Su hermano, su esposa Andrea y sus tres hijos colaboran en la empresa.


Fuente: El Comercio, domingo 28 de agosto del 2005

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