domingo, 16 de mayo de 2010
EN CARCOCHITA HACIA LA META - CASOS DE EXITO
Resumen Exposición Martes Emprendedores 2003 Hugo Ayala – Cadena de restaurantes MI CARCOCHITA Salí de mi pueblo Nazca a los 16 años, como lo hacen muchos provincianos, hacia la ciudad de Lima, en busca de un futuro mejor. Llegué al distrito de Lince, donde ejercí muchos oficios, como por ejemplo: canillita, lustrador de zapatos, bodeguero, incluso, empleado doméstico. Luego trabajé aproximadamente dos años en una imprenta.
Un día me encontré con mi hermano mayor, que trabajaba como Maitre en el restaurant El Mesón La Ronda, en la Plaza de Acho. Él me llevó a trabajar como lavador de platos sin que supiera nada del giro de restaurante. Con los días pasé a ser ayudante de cocina. Trataba de hacer mejor mi trabajo: les ayudaba a los mozos a recoger los platos de las mesas, era un tipo muy colaborador. Les agradó mi trabajo y, en los días siguientes, me dieron una buena propina: me ascendieron a mozo.
Años después, conocí a María, mi esposa. Mientras seguía trabajando como mozo, ahora en San Isidro, y luego en otros distritos de Lima. Este trabajo solo me permitía cubrir las necesidades esenciales de mi hogar, ya tenía tres niñas y estaba en camino de tener la cuarta. Las necesidades eran mayores, así que decidí trabajar independientemente. Mi cuñado me sugirió la venta ambulatoria de helados. Empecé por las galerías del Mercado Central. Muchas veces daba los helados a crédito, y cuando iba a cobrar ya no encontraba a la gente.
Pero eso no me detenía, muy por el contrario, eso me daba fuerzas para seguir adelante. Paralelamente había puesto una bodeguita para poder subsistir.
Estábamos preocupados porque ya se avecinaba el invierno. Con mi esposa y mis hijas pensábamos qué íbamos a hacer. En el lugar había un kiosco ambulante, que mi esposa y yo mirábamos desde que llegamos. No contábamos con dinero para poder adquirirlo. Sin embargo esperé un día que llegara el dueño del kiosco, lo vi, como a las 6 de la tarde, y decidí abordarlo: “Señor buenas tardes”. –Me miró y me reconoció: “¡Ah! ¿usted es el de los helados, no?”. “Sí señor” –respondí. “Ahorita voy” –me dijo. No demoró ni dos minutos, creo que ya se imaginaba para qué fui. “¿Lo quiere comprar? Se lo vendo” –me propuso. “Señor disculpe, con todo respeto, es un atrevimiento que me estoy tomando, no sé, quería saber a cómo lo vendería”. Me propuso que lo conversáramos y me citó para su casa, que estaba a dos cuadras. No acudí de inmediato sino que después de dos días acompañado de mi esposa. Nos recibió la señora, y me dijo: “Señor tenga la llave”. “Pero ¿no me va a decir el precio?”. “Póngale diez mil soles”. Le advertí: “Señora, no tengo esos diez mil soles”. “Después me paga, Señor”. Decliné la oferta: “No señora, vengo otro día”.
Entonces fui donde una señora que era prestamista, y me prestó tres mil soles de esa época, antes de los Intis. Con el dinero en la mano volví a hablar con la señora y le planteé: “Señora, le doy a cuenta tres mil soles”. La señora me entregó la llave y quedamos en la deuda de siete mil soles. Recibida la llave empezamos a trabajar. Paralelamente seguíamos con los helados; como este negocio era rentable, pusimos máquinas en diferentes distritos. En esos lugares trabajaban nuestras tres hijas y dos sobrinas, que también se integraron a la familia siendo niñas.
Abríamos muy temprano por la mañana. Vendíamos desayunos, menús a la hora del almuerzo y por la tarde decidimos vender sólo sandwichs y salchipapas.
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1 comentarios:
falta mas de la historia
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